miércoles, 10 de agosto de 2011

Miércoles 1 de Junio 2011
Después de, y creído recuperado de mi bajuna pos situación laboral, decido coger al toro por los cuernos y me dispongo aprovechar las circunstancias, dado que mis medios de transportes reposan en la morada de lo acabado o imposibles de mantener, o sea, en la chatarrería. Mi hija ha de desplazarse a Sevilla, ocasión propicia para mi desplazamiento a la casa de todos, la magnánima agencia tributaria o en el argot tertuliano, hacienda, dela cual y viniendo de un país subsidiario queremos comer todos, algo de lo que me parece utópico, dado de que no más paga el que más tiene, si no el  que más necesita. Como si de un día de fiesta se tratare, debido a mi nuevo intento de recuperación, mi mujer me llama la atención y recrimina, una mancha en el suéter, ¡Dios! Me cambio de suéter, pero voy en chanclas, le apuntillo. Acomodados a la antigua usanza, el padre, copiloto, la madre detrás con el nieto, todo normal, pero mi preocupación en ordenar el requerimiento de embargo por importe de 180€ y la petición de los derechos contributivos de empresa me aíslan de la compañía, incluida la supuesta música que sonaba y las manías clásicas de los cabrones angelitos. No paro de darle vueltas a la cuestión, si le resto 180 a 600€, no falla, 420, reintento por enésima vez y no consigo el objetivo, me quedo en los 108€ de la luz que restarían 312€, ¿como comemos? Todo un mes, o sea treinta días. De nuevo el fantasma de la depresión aparece en forma de minusvalía a lo que me resisto a recaer, si fui capaz de admitir convivir con mi dolencia cardiaca mi deformación rotuliana y sobre todo vencí a la crisis de los sesenta, como puñetas voy a permitir una derrota sin luchar. Cuando creo tener las pilas recargadas arribamos a nuestro destino. Papeles en mano y con una predisposición propia de mis arrebatos, me dispongo a pasar el umbral de la gran casa con la suficiente confianza de que se sale de todo excepto de donde no se entra, si no, de donde te meten. En esta casa si las pregunta son escuetas, te puedes pasar tres horas de ventanilla en ventanilla, de lo contrario si le cuentas tu vida al completo en la primera, solo tardas media hora en llegar a la definitiva, esta última fue mi postura con la única diferencia que al ser dos temas distintos tuvimos que repetir ventanilla. Observo que el gesto más común de entre todos los usuarios y pese a los relojes colgados en la pared, es mirar el reloj del móvil o el de muñeca, en particular creo que le miraba cada dos o tres minutos, nueve treinta y cinco, nueve treinta y siete, a si, hasta las diez cuarenta que aparece el treinta y dos M en una de las pantallas que facilitan la información de turno. Éxito total en el primer problema, era una falsa alarma, pues nuestra querida patria en un arrebato de haber quien cae, duplicó una resolución de dos años anteriores, la cual ya estaba liquidada, la gestión fue vista y no vista pues no era yo el primero que acudía con el mismo problema y la señorita o señora, que distan mucho de las antiguas funcionarias, esas de bigotes y mirada leoninas, muy agradablemente disculpaba a la administración por tal error, de la alegría que me entró, ni le pedí explicaciones solo me limité a agradecerle la atención, 180€ recuperados pues ya no contaba con ellos. A las diez y cincuenta miré el reloj por primera vez en la segunda ventanilla. Este problema me creaba la sensación, propia de un inexperto en estas cuestiones. Yo me decía: ¿pero si el Camps y el Zandokán no están en la cárcel, presidente de la c Comunidad Valenciana y edil en Córdoba, voy ha entrar yo? La incertidumbre me iba comiendo poco a poco la alegría de la primera gestión, hasta que a las once y veinte el numerito en pantalla y al toro, quien a dicho miedo, Pero ¡Eureka pleno al quince!,  no entraré en muchos detalles, simplemente, el gestor de turno, haciendo gala de su irresponsabilidad, había omitido unas obligaciones en los años dos mil ocho y dos mil nueve, luego simplemente presentarlas en un plazo determinado y asunto resuelto. Salimos cerca de las doce, teléfono en mano y quedamos con mi hija para que nos recoja en la coca cola, pues necesitaba hablar a solas con mi mujer y a toda prisas, pues creía haber superado la reválida de mi bajuna y como no compartir mi alegría con ella, a si, que pusimos pies en marcha y recorrimos pausadamente los tres y algo de kilómetros que separan hacienda del distrito San Pablo hasta el punto de encuentro con mi hija.

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