domingo, 26 de junio de 2011

LA PLAYA III
                                La estación veraniega, no-solo es sinónimo de calor, debemos de tener en cuenta y agradecer a nuestra madre Naturaleza, la generosidad con que nos obsequia alargando los días y permitiéndonos vivir y convivir con mas intensidad sus noches, es tiempo de vacaciones, las familias y los amigos están mas unidos, unos por su visita anual y otros por su coincidencia de destino estival, los niños, sobre todo los mas pequeños, descubren que existe otro mundo, en el que los deberes lo van haciendo sobre la marcha y no después de la jornada, en fin que soy un enamorado del verano y como casi siempre, le boy a pedir a mi compadre que me cuente una de sus muchas experiencias playeras, y quiero que sepan que mi compadre desde su primer viaje que hizo con el R 11, a hoy, ha evolucionado, hasta el punto de que cuenta con aire acondicionado en su nuevo coche.
                                    Tras una larga jornada de trabajo y como casi todas las noches, nos sentamos al cobijo de un naranjo, y junto a un velador, la brisa nos traía de vez en cuando un olor a hierba-buena y albahaca, que aspirábamos como si se fuera a terminar, el silencio de la madrugada era interrumpido cada media hora, que las campanadas del viejo reloj hacían su aparición. Me decía mi compadre, a estas horas en invierno ya estábamos “encamao”, a lo que le contesté, bueno, yo lo que quiero es que me cuente usted esas pedazos de vacaciones playeras que el año pasado se pegó, relamiéndose los labios tras un trago de cerveza, me contestó, eso hay que vivirlo, sin despreciar el entorno que nos rodea, continuó, un amanecer en la playa junto a tu parienta, viendo salir esos barquitos que parecen luciérnagas en la mar, y que poco a poco la claridad de la aurora  va apagando, el revoletear de las gaviotas te van anunciando la llegada del nuevo día, le interrumpo, y comento, compadre usted se está amariconando o está bajo los efectos del pitillo de la risa, ¡no hombre! Continuó, ya le he dicho antes, que hay que vivirlo, tras volver a relamerse los labios macerados por el néctar de la cebada, extendió, como usted sabe los niños ya son mayorcitos, el mas pequeño tiene 18 con lo que quiere decir que salen y entran a su antojo, también esto es un pueblo pequeñito, lo que hace que la seguridad ciudadana sea lo mas optimo que deseáramos, estamos a trescientos metro de la playa, ¡HA! Y tres chiringuitos en la distancia. Para que usted se haga una idea le boy a contar el programa de un día cualquiera. Siete treinta de la mañana, mi parienta y yo nos encajamos en la lonja del puerto, donde tenemos amistades con mas de un marinero, que nos informan del material entrado y por entrar, mientras van pujando los grandes restaurantes por el material, otros marinos de barquitos pequeños, te ofrecen unos ranchos que no se puede usted ni imaginar, pijotitas, rodaballos, doradas, gambas, lenguados, besuguitos, y todo meneándose como si quisieran volver a la mar, pues bien, compramos unos cuatro o cinco kilos de rancho y normalmente no llega a los cincuenta euros, tomamos el cafetito y nos volvemos a la casa donde arreglamos el pescado para unos días, sobre las once nos vamos a la playa, en cuanto llevamos media hora mas o menos, le digo a la María, niña me he quedado sin tabaco, ella, como usted sabe, no es tonta, y como siempre, me dice, ¿en cual de los chiringuitos vas a estar? Como siempre niña, en el ultimo pegado a casa, le contesto, cada uno tiene sus especialidades, la sardinita, los chocos y la mojama, con unas cervecitas frías, no vea usted la siesta que me pego. En este preciso momento hacen su aparición las campanas y suenan cinco veces, bueno, comenta mi compadre,  de la siesta y las delicias nocturnas, ya le contaré, porque está amaneciendo y tenemos que dormir un poco.

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